viernes, 17 de julio de 2009

clérigo sin casa






Al final de una jornada de trabajo profesional, en la entrada al departamento, escucho que Friedl tiene compañía. Tengo unas botellas de espesa cerveza y queso de cabra. Había pensado ocupar la noche en escribir alguna pequeña obra que satisficiera mi espíritu joven, pero esa voz que acompaña los graves sonidos de Friedl me atrae como a un condiscípulo. Siento la desilusión de no haber sido invitado pero sólo por un instante, el momento en que despierto de la atracción sonora. Clavada en la puerta del departamento, una nota de Friedl. Transcribo: “no golpees la puerta, tengo algo nuevo para mostrarte”.
En la oscuridad veo brillante a Friedl reflejado por la luz de un holograma.

Ei Milton Babbitt, la imagen del holograma es la de un antiguo goliardo.
‹¡Qué entendés por esta casa y mi presencia?›
El sopista puede verme o eso me parece a mí, como si fuera un gato o un admirable niño de enorme percepción.
‹¿Estoy en la casa del gran bebedor?›
Friedl muestra sus ojos de la incertidumbre.

Ei Milton, donde está tu aureola mágica.

Friedl pregunta.
‹¿Acaso mi figura te parece la de un demonio?›
Cecco, Angiolieri, ven a nosotros rezo, por qué dante se ha convertido en el padre poético y no tú, santo. Las palabras salen de mí como de un poseso.


Dante, ven a nosotros.
De improviso la percusión de la tristeza se convierte en un canto. Transcribo.
‹¿Cuál es tu ocupación en la vida misma?›
‹Tengo la certeza de que tu mujer se ha convidado con otro y así y todo, te veo, satisfecho con tu intelecto, engañado con tu fuerza espiritual, enfundado en guantes de cuero sostienes el cuello de tu pobre deseo por la verdad›
Creo que Friedl intenta sonreír. Me llama por mi nombre. Me dice.
‹Este es a penas un chico, pero parece saber acerca de cierta mujer›
Friedl se levanta ante la indiferente figura del holograma.
‹Pequeño› dice ‹incorpórate y responde a esta pregunta, ¿a que alma estás engañando ahora?›
El joven goliardo se ríe y salpica vino sobre su vestido.

Friedl me observa y trata de apaciguar mi terror.
‹Este no está entre nosotros› me dice ‹se encuentra en la calle, excedido de vino y encaramado con su laúd, sólo responde si se le hace una pregunta específica que lo despierte, es un juego difícil, está inflando la gracia de sus amigos con su canto›

Abro una de mis cervezas y el sonido al destaparse parece despertar de la indiferencia al joven sopista.
Friedl abre una botella de vino y la empuña con el brazo hacia su pico. Cantamos junto a la compañía del holograma.
‹Bibit hera, bibit herus,
bibit miles, bibit clerus…›

Siento la presencia de Vargas el monstruo, junto a nosotros.
Me habla con severidad y me obliga a salir del departamento de Friedl. ‹Enfréntate a la literatura Fantástico›
Un canto heroico de Aaron Copland me eleva de mi asiento.
Pero el canto de Friedl me retiene.
‹Fiel demonio› escucho, y su voz es tormentosa.



Cuando era joven estudiante, Friedl, de viaje por las eternas comarcas europeas conoció a una hermosa muchacha hija de un campesino. Esta era gran sirviente de su padre en el hogar y en los trabajos a campo abierto. Friedl al encontrarse varado en esas tierras, pidió un catre donde dormir y comida. A cambio de este servicio, compartió con ellos su deseo personal y sus investigaciones.
‹Soy capaz de contarles› les dijo ‹que con poco tiempo, podríamos llegar a conocer en carne propia las experiencias de la humanidad, todas sus experiencias›
Al cabo de unas noches el viejo campesino, impresionado por los poderes del joven científico, confesó a Friedl que su niña, sobre las formas que en lo ordinario se veían de ella, solía a veces cambiar su voz y sus costumbres y salir de noche a embrutecer su imagen en el poblado. La niña había sido la causa de la detención de Friedl en esa extensión de tierra.
‹¿Acaso toma otra forma que no sea la suya? ¿Cambia su rostro y sus maneras esenciales?›
‹Eso es exactamente lo que sucede› le respondió el viejo campesino.


Friedl me dijo ‹el vio en mí al hombre poderoso, ya había probado con médicos y clérigos y nadie había podido ayudarla… Me nombró demonólogo y ese fue el rol que yo ocupé sobre ella›


Friedl comenzó a vigilar a la joven.
Llevaba con él su equipo de instrumentos.
‹Mis herramientas eran un poco primarias pero podía medir a la distancia, ayudado por una serie de sensores, las pulsaciones de la muchacha, todo su cuerpo estaba, aunque lejos de mi habitación, graficado frente a mí. En el balancearse de las agujas, conocía su presión, su ritmo sanguíneo y podía adentrarme aún un poco más en los deberes de la razón, un poderoso lumínico que había instalado en su habitación me mostraba al menos un rastro de su inconsciente›
Pasaron algunas noches hasta que Friedl pudo ver, como la dulce niña, se levantaba de su cama y pintaba su rostro.
Comenzó así su persecución.


La quema de los pastizales, conseguía sobre la calle principal del poblado, el efecto de una neblina esplendorosa. Johann se sacudía mientras avanzaba. Pero no era dentro de la urbanidad del poblado donde estaba el destino de la endemoniada. Este camino ni siquiera era un engaño, le pareció al demonólogo, sino una sana superstición.
‹La niña estaba trazando, en su temporal demencia, el camino que hacía su abuela, cincuenta años atrás para encontrarse con su amante›
Al adentrarse en el bosque, en un lugar Johann se detuvo y profirió con una voz irreconocible y más grave que la suya.
‹¡Rabisu!›
Quién estaba al acecho sino Friedl, pero este así se mantuvo.
‹¡Ahazut!› bramó Johann.
Friedl se vio a si mismo entonces tomando a la muchacha en sus brazos y la vio desnuda, y al verla sin ropas, hizo con ella lo que de él se había pedido.

‹Había estado esperándote› le dijo Johann a Friedl.
‹¿Pero quién está ahí dentro tuyo Johann?› preguntó el científico.
‹Acabás de firmar un pacto conmigo› dijo la muchacha.
Friedl pudo observar con claridad a la cabra.
Separada del cuerpo de la muchacha ya había cumplido con su misión.

2 comentarios:

carolina dijo...

qué bien che esto

miss banfield dijo...

sí muy entretenido! como tiene que ser un cuento.