jueves, 9 de julio de 2009

La nobleza del hombre es la mente, imagen de lo divino.


Tengo la seguridad de que Friedl, de alguna manera, al atarse la pierna al ventilador de techo consigue conexión con el grupo de trabajo de Vancouver, es algo sabido por la información, un equipo de científicos de la universidad de Tierra Grande se comunica a través de un módulo, con habitantes comunes del pasado.

‹¿Pero que es lo que hacen?› pregunta Gilblán.
‹En este momento estamos sacándole la cabeza a un ciervo›
Me despierto. Escucho unos ruidos que vienen desde la cocina. Me levanto y me dan ganas de salir a la calle. Son las tres de la mañana. Los amigos de Tierra Grande deben de estar planeando algo monstruoso. ¿Que hay en la calle a esta hora? ‹Qué es lo que está pasando con los hombres› me pregunto mientras avanzo unas cuadras hasta el parque. Pero que santos que son para el hombre el pasto y los árboles.
En el mirador, me concentro en la contemplación del paisaje. ¡Pájaros de sangre fría, que vistas tan despreciables!


Me arrepiento de haber empezado con esta tarea. Tendría que suspender y dedicarme a escribir el libro de los zapatos que el señor Zacchi dijo que tan bien me iba a pagar. Sólo por ser leal a una buena reunión.
A las nueve de la mañana me encuentro con Giorgio Zacchi en una confitería para desayunar. Zacchi toma un poco de su café y siente asco. El mozo se disculpa. Zacchi se levanta de la mesa y lo empuja. Yo levanto mi taza de café y se la tiro encima al mozo.
‹Son bestias› me dice Zacchi
‹Se aprecia que usted es un hombre sin fisuras› le digo
Pero Zacchi se embroma con todo el mundo.
Miserable apasionado. Hablamos el mismo lenguaje.

Lo tengo a mi vecino grabado en el contestador. Me asegura que puede hacer contacto con la gente de Vancouver. Que me acerque a su departamento a las diez de la mañana para que pueda yo, hacer las transcripciones de los diálogos bárbaros.
A las diez menos cuarto golpeo la puerta de Friedl.
‹Ya tengo los primeros sonidos› me dice
Me siento en uno de los sillones, bastante alejado de su pierna atada.
‹Qué es lo que dicen› pregunto
‹Ya tengo algo…los bárbaros están conversando›

Lo escucho hacer unos gemidos extraños, está entre nosotros Shostakovich para dar fe de la veracidad de este prodigio.
‹eeaaaaaarrgggggghee› transcribo.

La voz se apodera de las facciones de Friedl. Transcribo.
‹¡Dónde está la buena de tu madre?›
‹Detrás del árbol›
‹Piiinngggeeeennn!!!!›
La voz de los bárbaros es la misma voz de Friedl.
‹¿Qué es lo que quieren Micones?›
‹Los jabalíes que hemos cazado ayer no están colgados, ¡quién ha comido mis jabalíes?›
La pierna de Friedl se sacude a cada giro del ventilador, la velocidad de las aspas se apodera de los movimientos de los bárbaros.
‹Van a comerte tus propios hijos cerda›
Las sacudidas del ventilador ahora son insoportables para la pierna de Friedl que pierde el asiento del sillón y cae al piso. Transcribo.
‹¡Fue el Greten el frondoso?›
‹No es mi hermano, Micón, vas a quebrarte la cabeza si vas con él›
La voz de Friedl se apodera de un hermoso paisaje boscoso. El sol está abierto entre el ramaje.

El bárbaro Micón se levanta de su piedra. La voz de Friedl dice ‹¡dddooooorrggg!›. El Frondoso arrastra un jabalí y se acerca hacia donde están los Micones.
‹¡Quién me quiere Micón?›
‹Ese es uno de mis comidas›
‹Esto es mío, ¿me quieres tu Micón?›
‹No te quiere tu cerda›
El Frondoso se agarra de un árbol y hace fuerza para arrancarlo de la tierra. Micón hace lo mismo. Otra vez el Frondoso se sujeta del árbol y trata de retorcerlo. El Frondoso consigue sacar de raíz el árbol. Pingen grita. Hace silencio Micón tanto como el Frondoso.
‹Sacaron de tierra mi árbol preferido›
El frondoso toma al jabalí de una pierna y lo arrastra hasta su campamento. La imagen comienza a disiparse.
Friedl deja de hablar, espero un minuto para asegurarme de que ya está terminada la conexión. Me arrodillo y le doy un suave golpe en la cabeza. Dejo las hojas sobre el escritorio y salgo de su casa.


Me confiesa Friedl que de alguna manera consigue robar información a los científicos en Tierra Grande. Estaba en un error al pensar que había de por medio una sociedad. Friedl está elaborando entonces un trabajo paralelo y yo estoy demasiado comprometido.
Me cuenta Friedl que en Tierra Grande han podido captar imágenes con su módulo. Me muestra la foto de un bebé monstruoso con los brazos abiertos.

‹¿Saben algo acerca de nosotros?› pregunto.
‹Me conocen a mí, pero no saben que estoy en contacto›

Friedl me cuenta acerca del enorme satélite que hizo fabricar la universidad.
‹Yo hice los planos junto a Gilblán› dice ‹Era un lugar excelente para trabajar›

‹Tendría que denunciar a este individuo antes de que nos maten a los dos› pienso. Arriba de mi scooter, en el aire de la autopista, avanzo a noventa kilómetros por hora hacia la casa de mi madre.

Todo el tiempo la figura de Micón, Pingen y el Frondoso me vienen al recuerdo. Mi madre me sirve un té con leche y me cuenta sobre Simón, el hijo de mi hermano. Combato la imagen de los bárbaros con mis conocimientos cristianos. La imagen de la paz se me presenta luminosa.
Cristo me bendice con su estilizada figura de comprensión. ‹Baja del árbol tonto, aléjate de los proyectos teóricos›
Schoemberg se me presenta vestido de diablo.
‹No, baja del árbol niño, ven con nosotros a bañarte al lago›

‹Pedregoso Schoemberg sal del alma de este› Escucho a Jesús temblar.
De repente mi madre se lleva las manos a la cara.
Estoy imitando unos gestos. Recuerdo una foto de Nieztche en su estadía en el manicomio de Jena.
‹Baja del árbol tonto ¿No estás escuchando mi dulce voz?›
Me tientan como a San Antonio con aquellas etíopes maravillosas.
‹No voy a bajarme› digo. Mi madre me toma la mano y me besa en la frente. ‹Buena madre, ¿todos cometemos los mismo errores?›
Mi madre me sirve otro té con leche. ‹¿Cuáles errores?›
‹Los errores, madre›

Los gratos recuerdos de la infancia vienen con las flores. A los doce años fui miembro de una asociación de pendencieros que tenía centro en el quincho de la casa de mi madre. Nos vestíamos con traje. Cuatro muchachos y mi calandria Júpiter. Teníamos por costumbre tomar unos vasos de cerveza belga que robábamos de la cava de mi padre.
Mi hermano pequeño también había pedido que le compraran uno de nuestros uniformes. Su teclado venía con él. Cuando nos considerábamos borrachos, entonces, procedíamos a dejarnos llevar por las iluminaciones.
‹Ah, girasoles rodantes› ppppiiiiiiiinnn ppaaaaaammm ppeeeeemm ppooooommmm Peeeeeenh ppppaaaaaaaaaaannn pppppppiiiiinn Peeeeeeeeeenh. Los acordes se nos presentaban de pie y nos convertíamos frente a esas montañas. ‹Los estupendos prodigios de la infancia›
Me abrazo con mi madre, un robusto abrazo. ‹Es mi hora de ir a trabajar›
Sobre el scooter, otra vez los acordes vienen a mí, como un monje se acercaría a un discípulo. Ppppiiiiiiinnn ppaaaaaammm ppeeeeemm ppooooommmm Peeeeeenh ppppaaaaaaaaaaannn pppppppiiiiinn Peeeeeeeeeenh.

En la casilla de correos, encuentro cinco mensajes de la secretaria del señor Zacchi. Respondo que por el momento estoy ocupado con otros encargos y no puedo dedicarme a redactar el libro. Recomiendo a un escritor entrerriano.

Por la noche llego a mi departamento. Friedl me intercepta cuando estoy saliendo del ascensor y me pide que entre en su casa. ‹Es urgente›
Se sienta frente a un módulo satelital de su invención. Lo encuentro abatido.

‹Hice unas grabaciones de los hombres de Tierra Grande› dice y enciende el interruptor.
Se escucha una larga interferencia. Hago gestos de tener ganas de tomar una cerveza y me señala una heladera que tiene empotrada bajo el escritorio. Le ofrezco una y tomo un trago. Una voz ahora se empieza a hacer clara.
‹Los tomates están grandes y rojos›
‹Si, ya están rojos y jugosos› dice otra voz.
Otra vez comienza un sonido de interferencia y por último la grabación se corta.
Friedl me mira desolado. ‹Van a viajar para atrás› dice.

‹¿Van a viajar para atrás?›
‹No encuentro otra explicación posible›
Friedl se levanta y me muestra una foto de la base de radares que instalaron en Pico de los Perros.
‹Se sienta Gilblán con un casco y con un cubo en el cuarto de transmisión molecular y viaja hacia atrás› dice mi vecino.
Gilblán es el detractor número uno de Friedl.

‹¿Y que hay con esto?›
Me lo imagino a Gilblán frente a una horda de bárbaros.
‹Se lo van a comer vivo› digo, para animarlo.
Pero Friedl está en otra parte.

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